sábado, 22 de junio de 2013

ALGUNOS FACTORES CLAVE EN LA TRANSFORMACIÓN HACIA EL DESARROLLO: RELATO PERSONAL DE RAFAEL MUELA SOBRE SU EXPERIENCIA CON LA FUNDACIÓN ETEA EN CAMBOYA (PARTE I)

21/06/2013

Ya durante el transcurso del Máster en Cooperación al Desarrollo y Gestión de ONGD de ETEA mi inquietud por la región asiática era patente, sobre todo debido al reto que representaba para mí el choque cultural y la oportunidad de aprendizaje personal y profesional que ello implicaba. Por este motivo, tras trabajar en Centroamérica con Naciones Unidas, cuando se me planteó la posibilidad de colaborar con el proyecto Concertación social y empoderamiento económico, con equidad de género, en territorios rurales de Stung Treng y Ratanakiri (en adelante SPEE) en Camboya, no me lo pensé dos veces.

El proyecto, desarrollado entre los años 2011 y 2013 gracias al financiamiento de la AECID, tenía como objetivo la mejora de la gobernabilidad y la economía en las áreas rurales del noreste de Camboya, para lo que se proponía la creación y refuerzo de espacios de concertación que permitieran la colaboración entre los estamentos públicos y las organizaciones de base de la sociedad civil.

Siempre he pensado que uno de los elementos claves para conseguir una transformación en el terreno en el que se plantea una intervención de cooperación al desarrollo es el del empoderamiento a todos lo niveles, y en ese sentido el proyecto de la Fundación ETEA en Camboya representa para mí un gran ejemplo.

El primer nivel de dicho empoderamiento viene representado por la conformación de un equipo local identificado y empoderado con los objetivos del proyecto y el desarrollo de su zona, y ese era el caso de los colegas involucrados en SPEE. Los miembros del equipo de ETEA eran líderes convencidos de la necesidad de “tomar las riendas” en diferentes niveles para salir de la pobreza, y de que nadie si no ellos y ellas eran el camino más corto, efectivo y sostenible para hacerlo.

Asimismo, para el empoderamiento cierto y efectivo de los beneficiarios, resulta crucial la creación de un clima de confianza y cercanía entre los responsables de la ejecución de las distintas actividades y los participantes en las mismas. A este respecto mi conclusión tras mi experiencia con la Fundación ETEA es que los ejecutores locales de las actividades, entre otras razones por el idioma, deben llevar el peso principal de las acciones que se desarrollen directamente con beneficiarios, debiendo pasar el técnico expatriado a un segundo plano salvo en momento muy puntuales.

Por otro lado, y de nuevo según mi opinión, una de las carencias que enfrenta la cooperación internacional en los países en los que ejecuta proyectos es la lejanía, tanto física como emocional, que dista entre organizaciones y beneficiarios.

La primera viene dada por el hecho de que la gran mayoría de decisiones relativas a los proyectos se toman desde las oficinas ubicadas generalmente en las capitales de los países correspondientes, que en el caso de Camboya y muchos otros, se encuentran a una gran distancia del desarrollo de la acción del proyecto. Obviamente, a efectos administrativos y de representación institucional, las capitales suelen ser el centro neurálgico. Sin embargo, esta circunstancia no debería comprometer hasta tal extremo el espacio físico en el que se llevan a cabo los procesos decisorios.

La distancia emocional vendría representada por las circunstancias vitales en las que los actores involucrados desarrollan las actividades del proyecto, es decir, el lugar hermenéutico desde el que actúan, más allá de las lógicas e inevitables diferencias culturales. En algunas ocasiones he observado en este sentido una falta de esfuerzo por “calzarse los zapatos” de la población a la que se pretende apoyar, en detalles de tanta relevancia como los transportes, los hoteles, la comida, o en algo tan sencillo y necesario en este sector como la sonrisa.

En marco del proyecto de ETEA en Camboya las referidas distancias de alguna forma se consiguieron reducir a través de prácticas en principio no de tanta relevancia, pero que al fin y a la postre sirven para acercar la cooperación internacional y la realidad local.

En este sentido cabe destacar el hecho de que la sede y base de operaciones en Camboya del proyecto se encontraba situada en Banlung, la capital de la provincia de Ratanakiri, permitiendo de esta forma un mejor seguimiento de las actividades del proyecto y facilitando así la sensación de proximidad y empatía entre equipo implementador y beneficiarios.

Asimismo, a nivel personal, considero que han sido experiencias enriquecedoras los múltiples viajes entre la capital y la provincia, usando el transporte público que usa la gran mayoría de la población para estos desplazamientos. En dichos trayectos tuve la oportunidad de compartir espacio con ellos, ellas y los diferentes enseres que se transportaban en la “furgoneta-taxi” tales como motocicletas, televisores, alimentos, herramientas, entre otros múltiples bultos irreconocibles que se colocaban como fuera posible tanto en el espacio interior como exterior del vehículo. Durante las entre nueve y doce horas de trayecto por carreteras de todo estado y condición, pese a las obvias dificultades lingüísticas para la comunicación, uno consigue compartir incomodidades, gestos, miradas, sensaciones, sonrisas y en la diferentes paradas del trayecto, mesa y olla de arroz, todo ello siempre regado por parte de mis compañeros y compañeras de viaje, de la mejor de las voluntades para hacerme el tiempo más agradable y llevadero.

Continuará en la parte II